Un (mejor) clima para la naturaleza y una (mejor) naturaleza para el clima

Posted on mayo, 20 2019

A principios de mayo fue lanzado el reporte de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés). Con 1.800 páginas, surgidas de la colaboración de alrededor de 400 científicos de 50 países, el documento no deja espacio para las dudas: la alarma de una sexta extinción masiva de especies está encendida.

Suena fuerte, pero no es una sorpresa: ya la edición 2010 del Informe Planeta Vivo (LPR por sus siglas en inglés) de WWF puso en evidencia que estamos utilizando un planeta y medio para sostener el estilo de vida de la humanidad, lo que implica una degradación de los ecosistemas terrestres más allá de su capacidad de resiliencia, algo evidentemente insostenible en el largo plazo. La última campanada vino en la versión 2018 del reporte, que mostró que las poblaciones globales de peces, aves, mamíferos, anfibios y reptiles disminuyeron en promedio un 60% entre 1970 y 2014.

Al igual que en el LPR, la evidencia de la disminución de la vida silvestre, la pérdida de hábitat y el agotamiento de los servicios ecosistémicos cruciales para nuestro sustento y desarrollo, se presenta irrefutable en el informe de IPBES, así como la incidencia de las acciones humanas en ello. Expuesto en números, tres cuartas partes del medio ambiente terrestre y alrededor del 66% del marino se han alterado en forma considerable. Cerca de 1 millón de especies animales y vegetales están en peligro de extinción, muchas en las próximas décadas, algo nunca visto en la historia de la humanidad.

Convidado de piedra habitual de los últimos años, en cuanto a problemas y desafíos se refiere, el cambio climático generado por los humanos cierne su sombra también sobre estos datos, entregándose en el informe IPBES un estudio exhaustivo de la interrelación entre este fenómeno y la pérdida de la naturaleza. Según se plantea, el cambio climático es uno de los impulsores clave detrás de las alteraciones en los ecosistemas, atendiendo a que las emisiones de gases de efecto invernadero se han duplicado, elevando las temperaturas globales promedio en al menos 0.7 grados centígrados, a la vez que el promedio global del nivel del mar ha aumentado desde el año 1900 de 16 a 21 centímetros. Estas modificaciones han contribuido a los impactos generalizados en muchos aspectos de la biodiversidad, incluyendo la distribución de especies.


Víctima silenciosa de este fenómeno, la naturaleza es también parte importante de la solución o, al menos, de las acciones de mitigación y adaptación. En esta lógica, se ha acuñado el término “science based solutions” (soluciones basadas en la naturaleza) para abordar las significativas contribuciones que ésta puede entregar para disminuir la vulnerabilidad y mejorar la capacidad de recuperación de los ecosistemas y, por cierto también de las ciudades, frente a la amenaza del cambio climático.

Se trata de un punto clave para colocar sobre la mesa en la próxima Conferencia Climática de la ONU (COP25) que se realizará en Chile en diciembre próximo. Esto, no solo por la urgencia de echar mano a todas las herramientas disponibles para frenar las modificaciones climáticas y sus impactos, sino también porque nuestro país  y la región de América Latina tiene mucho que aportar en este ámbito, tanto desde los ecosistemas terrestres como los marinos.

Específicamente, en las acciones de mitigación los servicios de los ecosistemas son utilizados para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para conservar y expandir los sumideros de carbono. La adaptación basada en la naturaleza, en tanto, persigue preservar los servicios de los ecosistemas que son necesarios para la vida humana frente al cambio climático y disminuir el impacto de los efectos negativos de este fenómeno, como son las lluvias e inundaciones más intensas y frecuentes,  o las olas de calor, sequías e incendios forestales.

En ambos enfoques lo que está de fondo es aumentar la resiliencia de los ecosistemas, lo que tiene como efecto estabilizar la provisión de servicios importantes que incluyen, por ejemplo, la protección costera contra inundaciones, la calidad del aire y de los suelos y el almacenamiento de carbono.

Buenas aplicaciones de esto pueden ser la restauración de bosques y paisajes, así como el manejo efectivo de Áreas Marinas Protegidas, ambos temas en los que Chile se encuentra hoy trabajando con el apoyo de WWF junto a otras organizaciones no gubernamentales y que podrían entregar interesantes resultados para la acción climática.

Y si bien diariamente asistimos a la aparición de nuevos avances tecnológicos que apuntan en el mismo sentido, existe consenso científico en cuanto a que las soluciones basadas en la naturaleza son por lo general menos costosas, más duraderas y producen múltiples beneficios no solo ambientales sino también sociales y económicos.
 
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