En Tirúa la pesca no alcanza para todos
Posted on julio, 26 2017
Por Daniel CarrilloMedios/Contenidos WWF Chile
Juan Rolando Huenchunao dice que lo primero que vio al abrir los ojos, cuando nació, fue un bote. Sus padres, descendientes de un linaje de pescadores ancestrales de la zona de Tirúa, lo llevaron desde muy pequeño a la faena en el mar, actividad que combinaban con la agricultura, al igual que él actualmente.
Ahora, con 49 años, una de sus mayores ilusiones es sobrepasar las siete décadas de vida con el mismo ánimo y vigor con que lo hicieron sus antepasados, que recuerda pescaron hasta cerca de los 80 años de edad. Su otra gran esperanza es que se abra el registro pesquero para recursos como la merluza común (Merluccius gayi gayi), con lo cual, junto con disponer de un recurso para comercializar en forma legal, podrían regularizar las embarcaciones que recibieron algunos pescadores en el marco del plan de reconstrucción luego del terremoto y tsunami de 2010.
Convertido en alcalde de mar, tras 25 años como dirigente de sindicatos y de comunidades, Huenchunao recuerda cómo en 1992, luego de la creación del Registro Nacional de Pesca, la merluza era el centro de la actividad en la caleta, lo cual cambió drásticamente en 2002, con la llamada “Ley corta” o “Ley Lagos”. “Ahí no nos actualizamos porque no teníamos la información, Tirúa siempre ha carecido de información, vivimos tan lejos, somos el último punto de la Octava Región, así que entonces nos quitaron la pesquería de merluza, se la entregaron a los industriales y quedamos sin ese recurso”, señala.
“Esto significó un gran atraso económico, familiar y social, algo gravísimo para nosotros hasta el día de hoy, porque en la caleta de Tirúa así como la ve todavía estamos con botecitos de ocho o diez metros, con un motorcito de 40 hp, y no podemos surgir porque hay que andar pescando a la maleta, y cuando pescan un par de kilos de merluza tienen que andar arrancando de los carabineros, de los marinos, de Sernapesca, de cualquier autoridad que pase por el lado, porque se sabe que se está cometiendo una infracción”, agrega.
Zona de rezago
Esta es una de las caras de esta zona de rezago, reconocida así oficialmente por el gobierno, en donde más de un tercio (34,3%) de la población comunal vive en situación de pobreza, tasa muy superior a la registrada a nivel regional (21,5%), según el reporte 2014 del Observatorio Social. La precaria situación de la pesca es parte de este contexto, lo cual se vive en las caletas de Tirúa y Quidico, ubicada esta última en la misma comuna.
“Como no hay registro, las embarcaciones trabajan de forma ilegal y obtienen un precio menor por sus productos. Lo poco y nada que dan de cuota para las embarcaciones que tienen los registros eso es lo que están sacando, los ilegales tienen que pedir el visado a otras embarcaciones, el precio es distinto, si tuvieran registro pesquero es otro precio, se trataría de otra manera el pescado”, confirma Jorge Guzmán, presidente del Sindicato de Pescadores N°3 de Tirúa y de la Mesa de Pescadores de la comuna. Se han realizado gestiones a diversos niveles, incluso llegando a La Moneda y al Congreso en Valparaíso, explica el dirigente, pero sin resultados concretos.
Sin embargo, más allá de la falta de registro para la pesquería de merluza, la situación de los recursos marinos en general es compleja en la zona, por lo cual algunos han explorado otras actividades para vivir, como el caso del propio Guzmán, quien atiende su negocio donde vende productos locales como queso y changle, y además es agencia de buses.
“Llevo 38 años como buzo mariscador y todavía buceo, pero tuve que buscar otras formas de sustento. Soy emprendedor, pero aquí la gente no sabe hacer otra cosa que la pesca, es la costumbre, y uno no puede obligar a la gente a hacer lo que no quiere. En invierno, uno se acerca al Gobierno Regional por un bono o capacitación, pero una sola vez nos dieron una canasta familiar, así que los que saben ahorrar ahorran un poco para el invierno, pero los que no… yo me pongo más en el caso de los tripulantes, se les complica con familia, estudios, siempre he criticado eso del gobierno, que no se ponen la mano en el corazón. La comuna de Tirúa es una de las más atrasadas de la provincia, el gobierno declaró zona de rezago, pero nunca han cumplido, no han hecho nada. Nos han prometido capacitaciones, cupos de trabajo, pero se desconocen los ofrecimientos, y las autoridades de turno pierden credibilidad”, reclama.
En tierra, "apatronado"
Otro lugareño que debió dejar el mar para tener mejores oportunidades económicas es Heriberto Arévalo, presidente del Sindicato N°1 de caleta Quidico.
Con nostalgia recuerda el sacrificio de la pesca hace más de tres décadas, cuando todo se hacía a remos y en bote de madera. “En esa época se sacaba más que nada la corvina, poco en redes, se trabajaba más con línea de mano, la corvina era súper abundante”, rememora.
En cuanto a la merluza, indica que la que se encuentra en el lugar es de buena calidad, de talla grande y de disponibilidad variable según las temporadas. Sin embargo, en los últimos años la situación se ha vuelto más difícil, lo que repercute fuertemente en los cerca de mil quinientos habitantes que tiene el balneario.
“Cuando no hay nada, no se cala, no hay pescado, no hay recursos bentónicos, el pescador de acá migra a Tubul o a las salmoneras cuando está el boom, y aquí los negocios prácticamente no venden nada, porque el 95% de la gente vive del mar”, dice.
Uno de los problemas que Arévalo identifica en la zona es la incursión de la pesca industrial. “Cuando entran los barcos dentro de las 5 millas o donde están los caladeros, en ese momento la pesca desaparece y poco y nada es lo que se puede hacer, porque el gobierno le da el apoyo al gran empresario más que al pescador chico que somos los artesanales. En fiscalización se le carga la mano a los chicos y cuando se hacen las denuncias a los barcos grandes, quedan en nada”, asegura.
Otra necesidad de la caleta es contar con atracaderos para los desembarques, deficiencia que se arrastra por varios años. “Estamos muy apartados, las caletas de la zona de Concepción y todas esas partes están súper bien equipadas, en cambio nosotros todavía estamos en forma bien artesanal. Estamos alejados de los recursos, de las oficinas, de todas las cosas”.
Las dificultades llevaron a Arévalo a buscar trabajo “en tierra” y “apatronado”, a los 65 años, en el programa de Aseo y Ornato de la municipalidad. Era la única forma de contar con un ingreso fijo y seguro para poder pagar el préstamo bancario por su bote, que actualmente trabajan sus hijos. “La idea mía no era que fueran pescadores, pero a ellos les gustó el mar y no hay vuelta que darle, a pesar de que la pesca está tan en decadencia, pero ellos igual, siempre ven la manera, aman el mar, es como su polola, como su señora, están constantemente viendo que el mar esté bueno para poder ir a trabajar”, dice.
Uno de ellos observa el mar desde el mirador de la plazuela ubicada en el sector más alto de Quidico. Ricardo Arévalo partió como buzo y luego que se agotaron las machas comenzó a pescar pejegallo, corvina y merluza. “El recurso de la merluza es medio traicionero, porque un año te sale harto y al otro baja, año por medio. Ahora salió menos que el año pasado y eso influye harto en la economía, a uno no le alcanza, hay que salir a otros lados para poder hacer el mes. Tengo dos hijos, y si bien esta es una ruleta que va dando vuelta, creo que ahora ya debería cortarse el hilo, yo creo que seré la última generación de pescadores, porque como está la cosa a nadie se le aconseja entrar al mar ya. La jibia es la que está dando ahora, pero pasan los barcos también y esos no se llevan lo que saca un bote, sacan dos mil o tres mil kilos”.
“Yo quiero ser la última generación, cortar el hilo de una vez, que tengan posibilidades. Eso va en uno no más, en el papá que tiene que incentivarlos, juntarles sus monedas para que ellos estudien alguna vez”, reitera, contando que uno de sus hijos quiere ser abogado y el otro carabinero.
En la misma caleta, Ercilia Lobos Manquecura tampoco quería que sus hijos fueran pescadores, como su esposo, pero el segundo de ellos dijo otra cosa. A los 9 años comenzó a trabajar con un vecino para poder comprarse su ropa, mientras sus padres calaban por la orilla tras la corvina. “Estudió hasta tercero medio y de ahí se dedicó a la pesca, porque más encima para acá no hay otra profesión, no hay otro ingreso que no sea la pesca, pero igual yo le diría al gobierno que se preocupara del pescador artesanal, pero del artesanal que es botero, que tiene su bote chico, que mide 5 o 6 metros, que por último les dieran una plata para cuando están sin pescar, acá de repente son unos pocos que reciben una plata por el tema de la merluza, a ellos les devuelven una plata, pero al resto de la gente no. Igual los proyectos, deberían darle a la gente que realmente lo necesita. Hay personas que dicen ser pescadores artesanales y se meten en sindicatos, venden sus herramientas, acá les llegaron compresores y la gente los anda vendiendo”.
Desde hace 10 años Ercilia atiende tras el mostrador de su negocio que consiguió gracias a un proyecto del Programa Orígenes, pero ahora lo hace acompañada por su pequeña hija, de solo meses. “En ese tiempo no teníamos cómo darles un futuro a nuestros hijos, no había ni un contrato, la pesca es aventurera, hay meses que se trabaja y meses que no. Esa fue la idea de nosotros, emprender con un negocio para tener un sustento el día de mañana y fue una buena decisión porque al menos da para sobrevivir cuando está malo el tema de la pesca, en invierno, por ejemplo ya estamos en mayo, pero principios de septiembre o fines de agosto se vuelve de nuevo a arreglar la pesca, pero ese tiempo los barcos arrastreros arrasan con todo, llegan aquí y como a dos millas llegarán, arrastran con todo lo que pillan, corvina, todo, no se preocupan del pescador y no hay una ley que los proteja tampoco”.
Su clientela son sus propios vecinos, todos dedicados a la pesca, por tanto, cuando la mar está mala o no hay recursos, debe vender “al libro” o “a la libreta”. “Hay que esperar y tener paciencia, porque uno sabe que la pesca está mala. Hay que estar esperando que los chiquillos tengan, de repente abonan cuando pueden abonar y hay que tener para darles. Una sabe, porque una también vivió necesidades”, afirma.
“La vida de la mujer del pescador es sacrificada, tratar de apoyar al marido y tratar de no gastar lo que no sea necesario, tampoco encalillarse, tener tarjetas, cosas, porque uno sabe que hay meses que uno no tiene para pagarlas, hay que vivir al día e ir teniendo su platita y guardándola, de repente le va bien, se gana unas trescientas lucas en el mes y de esa platita se sacan 150 y lo otro se deja para cualquier necesidad, una enfermedad de un niño chico, o se enferma alguien y hay que estar pendiente de ellos y tenerle la plata a la hija que estudia, mi hija mayor que va a la universidad”, dice con orgullo.
Juan Carlos Molina, docente de la especialidad de Acuicultura, que originalmente fue Pesca y luego pasó a Elaboración de Productos Pesqueros, conoce muy bien la realidad de esos niños y jóvenes que deciden seguir la carrera de los botes y las redes, y también de aquellos que logran salir de Tirúa.
La pesca no será para toda la vida
Profesor de Historia y Geografía, Tecnólogo Marino e Ingeniero en Gestión Pesquera, Molina comenzó a hacer clases en el Liceo C-90 Trapaqueante de Tirúa en 1993, tiempos en los que prácticamente, según recuerda, el hijo del pescador casi no llegaba a la educación secundaria. Si bien aún algunos alumnos se ausentan porque han salido a la pesca para conseguir algo de dinero y comprarse sus cosas, el panorama ha cambiado “porque sus padres ven que también la pesca no les va a dar para toda la vida, yo creo que eso también se ha transmitido a ellos y les han dicho que estudien. Antes, por ejemplo, la mayoría de nuestros alumnos eran de las comunidades, agricultores, y solo uno que otro hijo de pescador, pero ahora hay más hijos de pescadores, y se han dado cuenta de que en una o dos generaciones más esto va a colapsar”, señala.
“Para los meses malos se percibe que ellos buscan otras alternativas, salen a trabajar en metro ruma en el invierno o toman empleos esporádicos, o simplemente dejan de venir a clases”, agrega.
En cuanto a las proyecciones de los jóvenes, Molina indica que la mayoría de los alumnos sigue estudiando después de cuarto medio. De los egresados de Acuicultura algunos se han ido a trabajar al sur, otros han optado por continuar con sus estudios, aprovechando, por ejemplo, un convenio suscrito con la Universidad Católica de Temuco, que con la exigencia de un buen promedio de notas les permite a los estudiantes seguir una carrera universitaria en Acuicultura.
Según su visión, el repoblamiento de especies y la acuicultura a pequeña escala son las pocas alternativas que van quedando en la zona para poder paliar la falta de recursos. “Creo que una acuicultura que sea amigable con el medio ambiente va a poder tener efectividad aquí, pero por ejemplo una acuicultura depredadora, aquella que simplemente quiere ganar y más, con avaricia, va a ser por un tiempo y al final se va a ir y va a dejar la contaminación, entonces creo que la única forma de paliar eso es que las personas, dado que aquí tienen bastantes cursos de agua, comiencen a desarrollar lo que es la acuicultura a pequeña escala y puedan asociarse en la producción y eso poderlo procesar y darle valor agregado y repartir en proporción a lo que cada uno aportó. Creo que eso es lo único que quedaría”, puntualiza.